miércoles, 29 de octubre de 2008

UN SUEÑO DEL SILENCIO

El silencio parco de la tarde,
trae en su vientre frágil pero fértil, 
el perfume de los vientos solitarios 
que conducen al camino de la muerte. 
Buscan huellas de los padres de la tierra,
Que han guardado esos inmensos follajes verdes día y noche, 
Pretendiendo ser los amos de la vida, pretendiendo que su mundo sea fuerte.

¡Algo se acerca a lo lejos de esa montaña!. Logro distinguir la sombra de un sombrero vaquero y carabina de hierro que trae consigo aquel hombre desconocido. Junto a él, un perro achacoso y viejo. A la distancia veo que es alto, casi de un metro ochenta y cinco. Su paso es lento pero firme. Ha tropezado con la pata derecha y enlodada del animal. Tres aullidos denotan el dolor que sintió. Es un anciano. Parece algo cansado, los brazos le cuelgan como dos lombrices son vida. Jadea cual toro en plena corrida. Se tambalea al son del viento frío y tiritante. He notado que se dirige hacia mí. Creo que me ha visto. ¿Quién será? ¿Me conocerá?... tiene un aire familiar ¿Por qué de pronto me ha entrado la sensación de correr a abrazarlo y mimarlo? Pero a la vez el miedo invade todo rincón de mi cuerpo… ¿Acaso será él? ¿Acaso habrá vuelto?, ¿Habrá vuelto para llevarme a su lado? ¡No lo creo! Eso es imposible ¿o no?... hace más de 13 años que se marchó sin boleto de retorno! No sé quién me lo arrebató tan pronto! No disfruté sus mimos, sus besos, sus regaños, ¡Como lo extraño! ¡Cuánto lo recuerdo!

Nuevamente ha mencionado mi nombre, ahora con imponencia grita mi nombre. Trato de ubicarlo, peo la neblina ciega mi espacio. Sin embargo, una presencia se posa a mi lado. Una mano helada, arrugada y débil sostiene mi brazo. Y un olor a rosas y eucaliptos rodea mi ambiente. Quiero gritar, pero el nudo en la garganta me lo impide. Quiero correr, pero las piernas se aguadijan. Mi cuerpo pierde movilidad.

De pronto, una voz dulce, entrecortada y suave, me dice: “he vuelto a casa. ¡Soy yo!. No te asustes. Ahora sí iremos a cabalgar a las faldas de las montañas. Claro, tú con mi poncho de alpaca que compramos donde el indio José. Vamos, no perdamos el tiempo”. Allí supe que era él. Era ese hombre que durante 156 meses me había hecho falta. Era Don Manuel Velarde, o amo mañito, como acostumbraban a decir los criados. ¡Era mi PADRE!
Di la vuelta tan rápido como pude, y lo estremecí en mis brazos, hasta que Diamante, el perro de 9 años lame y acaricia mi mano. Lo mimo 4 veces. La última en el lomo. Los dos no habían cambiado en lo más mínimo. Eran tal cual los recordaba. Más cuando nos preparábamos para subir a los caballos, una polvareda imparable se levanta. Cierro mis ojos. Apego mi rostro al pecho de mi padre, y él con su mano derecha sostiene su sombrero y con el otro el arma que carga para todo lado. Diamante se protege entre mis piernas. El viento se intensifica, pasan aproximadamente 13 segundos. Me encuentro nuevamente sola. Abro mis ojos de forma violenta, y lo único que veo: mi habitación semi-oscura alumbrada con 3 rayos de luz de la madrugada. La ventana con vaho hasta la mitad. Y cientos de sombras.
Me reincorporo lentamente, pensativa, anonadada. Parecía tan real y auténtico. Pero una vez compruebo, que tu ausencia es verdad.

2 comentarios:

diegoncia dijo...

en serio lo escribiste tu..??

Maru dijo...

Saludos. Y sí, lo escribí a los 19 años. Y vuelvo a retomar este espacio.